sábado, 6 de agosto de 2011

Nací en 1900, en la Rusia occidental, cercana a la capital, Moscú, pertenecía a lahonrada familia Hell, la cual desde hacía tres generaciones había conseguido un puesto importante en la sociedad, pese a que tanto el pueblo y la industrialización eran poco desarrollados, bajo el gobierno del Zar Nicolás II.
Me llamaron Alexandra por mi abuela, una mujer curtida en mil penurias y que había perdido a su única hija, el mismo día en que nacimos, él y yo, dos gemelos de distinto sexo y mismos ojos verdes. Nuestro nacimiento provocó el decline de nuestro padre y con él, nuestra condición adinerada, ya que nuestras fábricas y productos se quedaran anticuados. En 1914 estalló una guerra sin precedentes, nuestro país se había aliado con las lejanas Gran Bretaña y Francia, contra el país germánico, durante esos años, pasamos muchas penurias, el racionamiento de la comida sumado al empobrecimiento de la población, suscitaba la sublevación de nuestros congéneres.
Mi hermano y yo, cupimos en la protección de las Hermanas del Santo Sulpicio, durante esos años permanecimos en el claustro, asustados de lo que pudiera suceder, ya que los enemigos no respetaban ni a religiosos ni a niños, mi hermano, tan similar a mí, me protegía, como si el fuera el mayor, en vez de haber nacido yo dos minutos antes. La tristeza nos sumía en un constante pesar.
Un día se cumplieron todos nuestros temores, el ejercito Alemán, atacó nuestra ciudad, fue terrible, los gritos, el fuego, los lamentos, todo era estruendoso, sobre estos se alzaban las plegarias al señor en voz alta de las hermanas, que tras escondernos a todos en distintos lugares, se habían sacrificado. Esa noche sus honores fueron mancillados por el ejército enemigo. Yo lloraba en silencio bajo el púlpito, escondida oí aterrada como se acercaban, rezando a Dios que no me atraparan.
Al ver que ya no quedaba nada más que saquear, el ejército alemán se retiró, suspire aliviada, con una onda depresión. Era 1916 y aun quedaba un año para que derrocaran al Zar y Rusia se retirara definitivamente de la guerra. Por ello, cuando un Alemán tiró de mí, sacándome de mi escondite, intenté luchar con uñas y dientes, colgada por las muñecas de él, mis lágrimas caían desesperadas.
- Que niña tan bonita-me alagó con una voz que me causó un escalofrío.
Le mire aterrada, había hablado en mi idioma, pensé suplicarle que me soltara, después de todo yo apenas tenía 16 años y el mundo aun me era desconocido. Pero en ese momento mi hermano llegó empuñando una de esas espadas que adornaban las paredes de la iglesia y apuntó a mi captor.
El alemán nos miró a ambos, con una mezcla de sorpresa y jocosidad, con una sonrisa sádica nos contempló un momento más antes de tomar con las manos desnudas la hoja de la espada y volverla polvo, mi hermano reculó un segundo, antes de abalanzarse sobre él. Pronto fue reducido y calló desmayado al suelo, grité su nombre tantas veces que la sangre me huyó del rostro.
El alemán sacó una pistola y le apuntó a la cabeza, grité y grité que no lo hiciera, pero esa sonrisa que le deformaba el rostro, me ignoró y disparó, ví como una mancha de sangre teñía el suelo. En ese momento me soltó, trancateante corrí hasta él y tomé su cabeza en mi pecho, en vez de dispararle en la cabeza le había disparado en el estómago y aún leve podía sentir su respiración.
- Qué final más trágico-se quejó, no respondí me limité a llorarle-Ya no
lo salvaras querida, a menos…
Aquella frase inconclusa me hizo alzar la cabeza, él sonreía y entre la nebulosa de lágrimas no le podía ver bien.
- Puedo salvarle, pero a cambio…-cayó-…tu vendrás conmigo.
Lo mire sin entender, pero cada vez su respiración era más y más débil y pronto yo misma me vi asintiendo. El desconocido se acercó y de un empujón que me lanzó contra la pared, chocando con esta tomó a mi hermano. Este se quejó e intentó defenderse, pero el alemán sonrió y abrió la boca, sacando unos colmillos, me santigüe, segura que era un demonio. Bajó
la cabeza hasta el cuello de mi hermano y le mordió, sus expresiones se confundieron, grite algo que no recuerdo. Tras unos minutos, el alemán se rajó la muñeca y vertió unas gotas de su sangre en la boca de mi gemelo.
Sin nada más lo dejó caer y me miró, con los labios cubiertos de sangre, los ojos rojos, el cabello revuelto y los afilados colmillos sobresaliendo de su sonrisa. Se levantó rápidamente y en dos pasos llegó hasta mí.
- Dios, bueno y poderoso, que alejas el mar de este mundo, acercarme tu
gloria y pureza, acógeme en tu pecho y sálvame de las impurezas-recé.
- Pronto… mi niña… dejaras de rezar a ese dios tuyo.
Me alzó de nuevo de la muñeca, de tal manera que mis pies no tocaran el suelo y me abrazó. Su lengua acarició mi cuello, provocándome mis lágrimas y chillidos, no podía moverme ya que estaba atrapada entre sus bazos, finalmente sus colmillos se hundieron en mi cuello. El dolor era lacerante, aunque pronto se convirtió en un placer que me hizo abrir mucho los ojos y gemir débilmente, ambos caímos al suelo, arrodillados, él parecía cubrirlo todo. Cuando separó su boca, me sentí desnuda y muy débil, me costaba respirar.
- Un trato es un trato, mi niña…
Se desabrochó la camisa del uniforme, dejando al desnudo un pecho ceniciento. Y bajo la base del cuello y con una uña se rajó, una franja de rojo contrastó vivamente contra su piel. Sus manos acercaron sus mi boca hasta la herida, con tanta fuerza que no pude resistirme y en mi boca penetró un poco de su sangre, al sentir el sabor de su sangre absorbí con fuerza y lamí la sangre con fuerza, bebiendo de él.
Con fuerza me retiró de su pecho y sonrió,como drogada le sonreí yo también, a pesar de que estaba oscuro el mundo parecía brillar, la sonrisa se congeló en mis labios al sentir una punzada en el pecho, al poco estaba en el suelo retorciéndome de dolor y sangrando abundantemente. Hasta que caí desmayada.
Al despertar yo ya no era yo. Tenía una sed increíble, me costaba recordar. Acababa de renacer como un vampiro. El sangre pura alemán que me había creado me arrastró hasta los cadáveres de aquellas mujeres que me habían protegido, en ese momento a pesar de que las reconocí, no sentí arrepentimiento, al hundir en sus cuellos, mis colmillos y beber de ellas. Una vez saciada, recordé a mi hermano y fui hasta él, mi creador había apilado junto a él varios cadáveres, seguía dormido, sus heridas habían desaparecido y como yo había cambiado, él también era un vampiro. Al menos seguía vivo.
- Alexandra, vamos-no sabía cuando le había dicho mi nombre, pero sabía
que debía cumplir mi parte del trato y seguirle, aun a coste de dejar atrás a
mi gemelo.
Él me había asegurado de que estaba bien y de que seguiría estándolo, de que ya era hora de partir y dejarlo atrás, con unas lágrimas no tan abundantes como cuando era humana. Como despedida besé dulcemente sus labios, algo que no estaba bien visto, pero que me parecía necesario. Fui sacada de la iglesia y huimos del país, hacia un castillo que tenía en una zona montañosa cercana de Rumania.
Allí vi como la Gran Guerra Mundial acababa, así como los felices años veinte y la terrible y devastadora segunda guerra mundial. Intenté comprender el régimen comunista de nuestro país, el fascista del país de mi creador y las corrientes subalternas a estas. Durante todo este tiempo nunca vi a mi hermano, quizás debido a mi encierro o a la protección de mi creador. Para él era la hija a la que cuidaba, la alumna a la que enseñar todos sus conocimientos y la amante con la que satisfacer todos sus caprichos sexuales. Fui mucho para él y el por mi parte fue como un padre cariñoso, como un maestro paciente y fue mi novio, mi amado y mi religión. Con él conocí el placer de la sangre, y el de matar.
Un día, ya en la actualidad, sentado en su sofá
rejero y bebiendo sangre de una mujer , que no sabía de donde la había sacado, me llamó, tan pronto terminó con su víctima me arrodillé ante él y escuché lo que tenía que decirme.
- Alexandra… llevas aquí años,
aunque me entristezca debo devolverte al mundo, pero temo que estés indefensa-le tomé la mano con adoración.
- ¿Qué decís?
- A partir de la semana que viene asistirás a clases en un instituto
para seres como nosotros.
Aquello cayó como una piedra sobre mi corazón y sin nada que replicar fui matriculada en esta institución, con la finalidad de adaptarme al nuevo mundo.

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